Al poco de llegar, es informado de que el ambiente festivo y engalanamiento de la villa se debe a que Isabel de Segura acaba de desposarse. La presión de la familia y un pretendiente muy principal, han acelerado el enlace. Los sentimientos de Diego son contradictorios: cólera, pesar, desazón, rabia... Decide ir al encuentro de su amada, para escuchar de su boca que se ha casado con Pedro Fernández de Azagra. Juan logró entrevistarse con Isabel en su casa y le pidió un beso; ella se lo niega y el joven muere de dolor. Al día siguiente se celebraron los funerales del joven en San Pedro; entonces, una mujer enlutada se acercó al féretro: era Isabel, que quería dar al difunto el beso que le negó en vida; se acerca al cuerpo de su amado y observa los labios entre abiertos, la joven posó sus labios sobre los del muerto y repentinamente cayó muerta junto a él.
Juan de Avalos esculpió las estatuas yacentes bajo las que reposan ahora las momias. La fría serenidad de los Amantes, cuyas manos no llegan a juntarse, es símbolo de un amor que desborda los conceptos humanos.
Juan de Avalos esculpió las estatuas yacentes bajo las que reposan ahora las momias. La fría serenidad de los Amantes, cuyas manos no llegan a juntarse, es símbolo de un amor que desborda los conceptos humanos.
Una historia muy romántica, un tanto triste pero muy romántica.
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