sábado, 4 de junio de 2011

Amante Eterno



 Rhage tembló, una prisa balsámica floreciendo saliendo  por toda su piel. El deje musical de su voz, el ritmo de su discurso, el sonido de sus palabras, todo eso esparciéndose a través de él, calmándolo, confortándolo. Encadenándole dulcemente.
Él cerró sus ojos. -Dime algo más.
-¿Qué? -Preguntó ella, desconcertada.
-Conversación. Háblame. Quiero oír tu voz otra vez.
Ella guardó silencio, y él estaba a punto de exigirle que hablase cuando dijo. -No tienes buen aspecto. ¿Necesitas un médico?
Él se encontró tambaleándose. Las palabras no importaban. Era el  sonido: El punto bajo, suave, acariciándole los oídos. Se sintió como si él estuviera siendo acariciado por dentro de su piel.
-Más.-Dijo él, retorciendo su palma por la parte delantera de su cuello de manera que podía sentir las vibraciones de su garganta mejor.
-¿Podría.....podría por favor soltarme?
-No. - Él subió su otro brazo. Llevaba puesta algún tipo de lana, y él movió a un lado el cuello, echándose al hombro su mano de manera que no pudiera escapar de él. -La conversación.
Ella comenzó a luchar. -Me aprieta.
-Lo sé. La conversación.
-Oh, por el amor de Dios, ¿qué quieres que diga?
Aun exasperada, su voz fue bella. -Cualquier cosa.
-Bien. Saca tu  mano de mi garganta y déjame ir o yo voy a darte con la rodilla donde cuenta.
Él se rió.
-Sigue hablando.-Dijo él contra su oído. Dios mío, ella olió muy bien. Limpio. Fresco. Como  el limón.
-Por favor. -Murmuró él.
      -Yo… er, no tengo nada para decir. Excepto apártate de mi.
-Entonces di eso.
-¿Qué?
-Nada. Di nada. Otra y otra y otra vez. Hazlo.
-Dilo.- Le ordenó él.
-Bien. Nada. Nada.-Abruptamente ella se rió, su risa lo atravesó directamente por  su columna vertebral, quemándolo. -Nada, nada. Naaada. Naaada. Naaaaaaaada. -¿Está lo suficientemente bien para ti? ¿Me dejarás marchar ahora?
-No.
-Háblame Mary.

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